lunes, 18 de marzo de 2013

Pantagrueles



20 de abril.  El veinte de abril más triste, más importuno.

El profesor llamó. Fui. Terminamos la operación y me acompañó a la puerta nº 2, después se fue.  Allí me encontré con P, sonreía. Caminamos por toda la avenida.  Caía garúa finísima, de la que siempre suelo decir mucho, pero esta vez no dije nada.  Tenía pena.  La garúa me dio pena.
Yo andaba muy mareada, desganada, había desayunado tres panes, un bol de trigo atómico, café caliente, podría continuar. Qué náuseas.  Fuimos a un restaurante en Bolívar.  Comer con el estómago lleno “solo por comer” fue un error. Tomamos un micro.  P se sentó adelante del asiento en donde iba yo, durmiendo.  El sol era muy fuerte y la luz le daba en la cara.  Cuando el micro dobló por Aviación, el sol se ocultó y ya no pude dormir más.   P dejó su asiento y se sentó junto a mí.  Una señora pasó a mi lado, me movió torpemente y nos dio un ataque de risa.  Tengo tus lentes.  Bajamos casi en Angamos, caminamos, solucionamos el problema todo lo que pudimos.  Gracias por acompañarme.  Aunque tuvimos que regresar a poco rato de habernos largado de ahí.  Gracias por regresar conmigo.
Solucionamos finalmente el problema, después nos fuimos.  Micro hasta Villarán.  Taxi hasta Miraflores.  Pedí bajar antes. Chao.  El taxi dobló un poco a derecha.  Chao.  Me esperaban en el restaurante de siempre.  Almorcé delicioso, pero con pena.  Cómo pude comer, eso ni lo sé. 

TV - sala, TV - cuarto.  Tablet en la cama. Faye Reagan.  Ah, mi abuela se fue mientras veíamos TV a eso de las 5:40 o 5:50.  A ella no le gusta despedirse, siempre dice que va a ir al baño y luego huye.  A K eso le incomoda mucho.  A mí me parece normal, me he dado cuenta de que le deprimen las despedidas, por eso a veces yo tampoco me despido de ella.  Volví a prender la TV, como quien espera algo.  Comí más, ¿Por qué seguí comiendo?   Qué sábado tan dos mil siete, qué feo nudo en la garganta.  Me siento como siempre me siento a fines de abril, porque (       ). 
Abril es así,  Es como una coma entre marzo y mayo, como una advertencia de cómo debe uno comportarse.  Estas semanas ha sido todo prolongar: Prolongar la diversión, la tranquilidad, la autonomía, los orgasmos, las lecturas, prolongarlo todo antes de ir a la cama y enfrentarse a la oscuridad de mi cuarto.  Cuando apago la luz y ya no sé qué más prolongar.  Trato de dormir para despertar y no para descansar. 

Me he vuelto una máquina de quehaceres: Limpio, lavo, lustro, limpio los cactus, las plantas grandes del jardín, hoja por hoja.  Riego las plantitas como una autómata.  A veces cocino el arroz, el arroz que yo cocino es delicioso.  En conclusión, dejo todo brillante y perfumado y lo hago con cariño y con una angustia en el pecho terrible.  También en esa ocasión me dedico a matar el tiempo para llegar a mi cama muy cansada y dormir sin más y no pensar.  De cualquier forma, la ansiedad es cuestión de tiempo, es como un ciclo menstrual.  Ya me acostumbré, aunque no sea verdad.
La veo regresar y me vuelvo mi propia madre, mi propia hija, mi única amante.

También me dedico a hacer  “listas de cosas por  hacer”.  Las separo en semanas: “Lista de deberes -semana I de abril.”  Y así se van los meses.  Al final del día, generalmente, he tachado todo.
También estoy leyendo un libro que pronto he de olvidar porque el lunes empiezo taller.  Taller es un nombre falso que le he puesto a alguna cosa que no quiero descubrirle a nadie.  Es mi mayor secreto y fácil el apartado más importante de mi “lista de cosas por hacer.” 
A pesar de todo, “taller” es en realidad un taller, y ahí se me va el día. Y si alguien me pregunta “¿taller de qué?” Pues soy buena cambiando de tema.  Cómo detesto a la gente que pregunta lo que no le compete.

Pero el día de hoy fue poco productivo. No pude terminar de tachar los deberes.  Tampoco pude solucionar correctamente el problema.  Bueno, tampoco es tan grave, pero sigue siendo un problema.  Estaba en la lista.  Paso a la penúltima semana de abril sin resolver eso. Qué día tan poco productivo.

Y una de tus amiguitas, no sé quién, todas tienen la voz muy parecida – llamó a mi casa para comunicarte conmigo.  Yo estaba tirada en la cama con ganas de vomitar todo lo que comí por ansiosa de mierda y me alegraste.  Estaba sola, distraída y con el vientrecito helado.  Me dijiste “ven, tengo algo bonito, estoy en Miraflores”  “Ya, ya, dame un toque, voy en un toque”  No fui jamás.  Terminé de vomitar, perdóname, no pude acompañarte.  Me trajeron más comida.  Me molesté no sé ni con quién.  Me encerré y no pude ni abrir el libro porque ya para qué.   Me encerré y solo le dije a Mafe que saldríamos a comer el próximo sábado.  Nadie se ha dado cuenta de que falta una botella de ron  en la cocina.  Mi cuarto se ha vuelto tan tristón por la noche, que resulta casi imposible creer que sea el mismo lugar en donde (   )
 Al menos pude regalarme un orgasmo, aunque esta vez no pude prolongarlo.  Ya es veintiuno de abril.

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