En la cocina de tu casa siempre eran las diez y cincuenta de la noche. Tus pestañas yo me las antojaba humilladas, fondue. Quizá seas el mismo cabrón insensible echado sobre mis piernas y yo siga siendo la misma lorna patética dilatándonos un poema con los dedos sobre tu alfombra.
Y es que la vida se nos volvió tan cuadrada…
Loco mío, loco suelto, ¿te solté a tiempo? ¡te solté a tiempo!
Y cuando paso por tu casa ya no siento cosquillas.