miércoles, 3 de junio de 2009

666


Empecé Junio con los ojos inyectados en sangre, ebria de ira. Temblaba y me atragantaba al gritar, llenaba de aire mis pulmones para gritarles a todos, para seguir llorando.

Fue la noche más triste, la noche más agria. Después de una hora yo seguía llorando, gritando que me largaría de la casa, que nunca me encontrarían. Mi padre salió tirando la puerta, mi madre se sentó a mi lado mientras yo soltaba las últimas lágrimas de cólera, indignadísima.
Lloré, y en cada lágrima se iban también trozos de rabia, de dolor y de odio. Fui abortando lentamente, una a una, todas mis pasiones bajas hasta dejar de sentir por completo, porque todo lo que alguna vez sentí ya no formaba parte de mí.
Hay mucha presión sobre mí, hoy lo comprobé y ya no lloro, ahora escribo, rígida y adormecida. Ya no me asusto, ya no respondo: contemplo. Quiero dormir abrazando, morir abrazando. He quedado seca, carente de lágrimas.  En mi casa de niña feliz no hay figura paterna, en su lugar hay un sujeto sordo y gélido, indiferente.

Nunca hubo sol el primer día de Junio.
Nunca hubo luz ni amor.
Sólo palabras, como navajas,
como anatemas.
Y cuando me vi en el espejo ahogué un grito, porque nunca había visto ojos color sangre bajo pestañas empapadas.
Estoy cansada, pero no quiero dormir, temo que al cerrar mis ojos la brisa se lleve las palabras que me dijeron, y todo lo que tengo en la mente se vaya con el viento.

La brisa forzada del rocambolesco mes de Junio.